A veces la gente aviesa le insultaba, pero nunca nadie le vio perder la semisonrisa y la calma.
Sorprendidos, sus mismos discípulos le preguntaron un día:
-Señor, ¿cómo permaneces tan tranquilo ante los que te insultan?
-Ellos me insultan, sí, pero yo no recojo el insulto
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario